Sábado de Gloria
Hace no mucho, cuando éramos niños, nuestra diversión era otra. Nos la pasábamos en la calle jugando bote pateado, a las escondidillas y a la guerra (nuestras armas eran las bolitas de la higuerilla). Regresábamos a casa después de que alguna mamá gritaba para que su hijo se metiera y entonces, sabíamos que el día de juegos se había terminado, traíamos el pantalón sucio de habernos arrastrado jugando a las canicas o a veces roto por alguna caída en bicicleta o de la avalancha en donde parecíamos pilotos de la fórmula uno. Para las vacaciones de Semana Santa, esperábamos el sábado de gloria, porque era cuando nos mojábamos, sí, nos tirábamos agua fría con cubetas, globos y solo uno que otro con pistolas de agua. Desde temprano se escuchaba el silencio porque planeábamos como sorprender a los amigos, quizá cuando lo mandaran a la tienda o que saliera a retar disimuladamente a los demás. Entonces comenzaba la batalla, primero se mojaban los que menos corrían, los que se descuidaban