El sonido de tus pasos en la nieve


 

El sonido de tus pasos en la nieve

 

Hasta hace poco me pasaba como a Pichirilo Sánchez, el personaje de uno de los cuentos de José Luis González, “y entonces, ¿cómo va a viajar Santa Cló en Puerto Rico, si aquí no hay nieve?”. Pues eso, nunca había visto la nieve, bueno, salvo tres veces que no cuentan, la primera en las paleterías del centro, la segunda, en el Iztaccíhuatl, justo en los pies de la Mujer Dormida, pero ya había caído y era poca, aunque igual te emociona, y la tercera, era esa nieve que echan en algunas calles en la época navideña, aunque es espuma que huele a jabón y deja el piso medio resbaloso.

Es muy distinto estar en algún lugar del norte en donde ves que la gente comienza a tirar sal y entonces sabes que ese es el anuncio de que va a caer una buena nevada. Más tarde cuando el termómetro está a menos 1, comienza una brizna que poco a poco se convierte en copos de nieve, que son irrepetibles (estos sí son como los representan), parecen engranajes de agua helada que se van uniendo. Sus formas son majestuosas. Cuando caen en tu ropa se quedan unos segundos y luego se derriten. Es como talco que se va acumulando en el piso hasta que te das cuenta que ya son varios centímetros de esos cristales de agua, que cuando los juntas en tu mano son suaves, si los compactas puedes hacer una bola y aventarla a quien esté descuidado. Es una lluvia congelada que no moja y hace frío, claro, pero se siente distinto por estar más cerca del Polo.

Ver nevar es una experiencia asombrosa, (como la lluvia del trópico, el frío del desierto o la noche estrellada). Caminar sobre la nieve en especial en el bosque, es inigualable, pues al compactarse cruje como si la naturaleza te hablara.

Aquí sí hay manera de que llegue ese Santa Cló de Pichirilo.







 

 

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