Me quedo contigo



Este cuento se publicó por primera vez en la Revista Argo, No. 2, agosto, 2014 y dos años después en mi libro Cuentos Proletarios. 


Para ti, porque sigo soñándote

y me miras desde lejos

 

Me quedo contigo

 

 

Por aquel entonces trabajaba en la casa de Jesús Silva. Todo el día era dar de comer a los animales, cortar  alfalfa, sacar agua del pozo, limpiar el coral y el establo, puro trabajo. Más por una broma del destino que por verdadera convicción aprendí a leer y a escribir. A pesar de las duras tareas, cada vez que podía dedicaba un poco de tiempo a escribir todo lo que me viniera a la mente. El patrón se dio cuenta que yo no era como los otros peones, me fue quitando carga pesada, para darme carga ligera, pero igual de pesada. Le escribía informes sobre la hacienda, las ventas y las compras, las cartas para los  hacendados, todo lo que tuviera que ver con letras y números.

 

No todo era malo, ya no me la pasaba de sol a sol. Comía un poco mejor, lo que me molestaba era que ya no estaba tanto con mi gente, con doña Lucha que hacia la comida junto con las muchachas. Ya no veía a los muchachos, que después de trabajar jugaban rayuela y se tomaban unos tragos de pulque. Extrañaba a  Lupe, esa muchacha medio loca que decía que estaba enamorada de mí y que algún día se casaría conmigo. Cambié los huaraches y el sombrero de paja, por unos zapatos y un traje, viejos ambos, pero que me daban  presencia. Así fue como conocí a la hija del patrón, una mujer sumamente guapa, con sus chinos y su piel blanca, la más hermosa.  A ella la pretendía un estirado, que la trataba con indiferencia como si quisiera mostrar que su familia tenía más dinero, un petulante.

 

 

Mucho antes de cambiar, platicaba con Lupe y le decía que había que ser cuidadoso con los patrones, darles su lugar, para esperar en cualquier momento arrebatárselo. Pero ahora mi situación era distinta, porque estaba completamente enamorado de la hija del patrón. Lo sabía porque eran noches enteras de soñarla, días de continuar con el sueño, de volverme a dormir y soñar desde donde me había quedado, sin duda las mariposas en mi estómago estaban vivas. Así fue como empecé a escribirle, primero anónimos -aunque era claro que sabía que era yo-, después firmaba con mi nombre. Le decía que era hermosa, que sus ojos verdes eran tan profundos que yo me perdería en ellos para siempre sin ningún reparo.

 

Ella me trataba distinto, cuando el patrón me invitaba a comer, sentía cómo me miraba de reojo, me sonreía al pasar. Me daba cuenta de que el estirado pretendiente no veía bien que yo estuviera en la misma mesa. Mucho menos, que –seguramente- ella soltara un suspiro o que sonriera por nada. Veía también cómo Lupe nos miraba a todos cuando se acercaba con los alimentos a la mesa.

 

Al vivir en la hacienda me era relativamente fácil hacerle llegar cartas a mi musa, una vez no sé si por broma del destino o por convicción, se me ocurrió invitarla a ver la luna llena. Pensé que diría que no, pensaba que si el patrón se enteraba me iba a matar y luego me iba a correr o como fuera que lo hiciera. Ocurrió lo que menos me esperaba, era como si los dioses o los que cuidan que todo marche bien en el universo se hubieran descuidado. Ahí estaba  con una blusa roja que hacia resaltar su belleza y la hacía lucir como una muñequita rusa, caminamos un buen rato, entre los murmullos de los trabajadores, de los grillos y las luces intermitentes de las luciérnagas. Si los dioses o los que se encargan de cuidar el orden del universo se habían descuidado, había que aprovechar, así que la tomé de la mano, mientras la luz de la luna al cien por ciento nos daba en la cara. La besé al abrigo de los murmullos de la noche, fue tierno, hermoso. Lo mágico era ver su sonrisa, sus pequeños dientes afilados como los de un animal nocturno y salvaje, hermosa sonrisa. Contemplamos el sol nocturno, nos besamos muchas veces. Cuando regresamos todo estaba en silencio, de las luces quedaban pocas. Lo que me sorprendió fue ver entre la oscuridad dos ojos color miel, hermosos, era Lupe que había aguardado nuestro regreso y que sin decirlo me recriminaba entre su locura y la noche, por qué me había ido con la hija del patrón.

 

Como Lupe siempre me pareció una loca simpática, no le di mayor importancia. Aunque recordé -justo por ese escalofrío que recorrió mi cuerpo- aquellas noches que ambos entre sombras y locura platicábamos de cómo se debía dar su lugar a los patrones para luego arrebatárselos, porque ellos nos tiene trabajando como burros, de sol a sol, sacando el agua de los pozos, cortando la alfalfa, dando de comer a los animales y limpiándoles, así que entre esas noches y esas sombras, pensábamos que algún día lo haríamos. Pero aquella noche no, yo iba con la hija del patrón, así que dimos media vuelta y dejamos que aquellos ojos color miel se perdieran entre la noche, las sombras y la locura.

 

Al día siguiente, esperaba la hora de la comida para verla. En la mesa estaba el patrón, la hija y el petulante. Llegué justo cuando Lupe llevaba la bandeja con la comida, me sorprendió la mirada de ternura y compasión que me lanzó, me sorprendió verla con aquel delantal rojo con sus herramientas de trabajo cruzadas. Les sirvió, pero justo cuando le tocaba el turno al arrogante, le tiró la sopa caliente encima, se disculpó como si hubiera sido un descuido, pero la mirada hacia el patrón y su hija decían lo contrario, como si los retara. El soberbio llamó estúpida a Lupe, le dijo que era una india, una incompetente, una tarada. Entonces yo le contesté que todo lo que decía era falso, que había sido un error, que respetara a Lupe, en el salón el eco resonó por algunos instantes, nunca había levantado tanto la voz y menos para defender a una empleada ante los patrones, ellos me miraron asombrados. El vanidoso rompió el silencio diciendo que por qué defendía a esa empleaducha que le había tirado la sopa encima a propósito, que además se veía que estaba loca, dijo que yo qué me creía para hablarles así. Lo único que  dije fue que los trabajadores deben tener un trato digno, porque son ellos los que generan la riqueza, que algún día ellos tomaran el poder y ahí los patrones nada podrán hacer. En ese momento Lupe se dirigía hacia la cocina, al pasar por mi lado y sin mirarme, murmuró que había sido  a propósito, arrebatárselos. Más por una broma del destino que por convicción, el patrón me invitó a sentarme a comer con ellos, el petulante se había ido al baño a limpiar, cuando regresó, justo entraba Lupe con una hoya llena de jitomates y de rábanos, que se veían de un rojo muy especial. Los puso en la mesa y con desenfado miró a los que estábamos sentados, uno a uno, por último al sostener la vista sobre la hija del patrón, me dijo, a ti esto no te gusta, luego se fue. Ella me miró interrogativa con esos ojos verdes tan suyos, que nuevamente me perdieron. Yo no comí de lo que había en la olla.

 

Esa noche le escribí cartas, sabía que no quería al petulante, que era más la necedad del padre por mantener esa relación, los negocios a veces se imponen. Más por una broma del destino que por convicción, se apareció en “mi” cuarto, ahí estaba ella, con sus manos frías, su nariz afilada, su piel blanca, su boca pequeña y roja. No me dio tiempo de nada, entró y me besó, me dijo que le leyera lo que estaba escribiendo, conforme lo hacía  su cara se iba incendiando, todo era para ella, para ella en la vigilia y el sueño. Me besó, nos besamos, como caníbales nos devoramos. La noche no duró lo que acostumbraba, de pronto ya era de día, al irse se llevó sus cartas, me dejó su ser. Los días tampoco duraban lo que acostumbraban, así pasaron varios sin que casi me diera cuenta. Era mirarla, esperarla, soñarla, despertar para soñarla. El padre y el arrogante no se enteraban de nada,  las miradas, las risas, los suspiros, las promesas hechas, les eran ajenas. Lupe era la que nos miraba de forma distinta cada vez que llevaba la comida.

 

En alguna ocasión al entrar a “mi” cuarto, descubrí a Lupe hurgando entre mis cosas, en sus manos toscas sostenía algunas cartas, no sé si por broma del destino o por verdadera convicción Lupe había descifrado los signos que estaban escritos. Esa noche, entre las sombras y la locura, me reclamó por aquellas veces en las que pensábamos en arrebatarles todo. Con firmeza me hablaba, si ella me quería por qué le escribía esas cosas a la hija del patrón, por qué había cambiado los huaraches por los zapatos, a mi gente por los explotadores. Me dijo que si seguía así sería un arrogante, un petulante, pero que nunca llegaría a tener propiedad. Me hizo pensar, repasar lo que soy y lo que quiero, lo que espero. Justo cuando el primer gallo cantó, se levantó, me miró con esos ojos color miel, susurró que algún día nos casaríamos, que estaríamos juntos, que se los arrebataríamos y construiríamos algo nuevo. Yo que en ese momento estaba con las ideas más que revueltas, no sé si por broma del destino o por convicción, le dije que sí, esperando que con eso se fuera con su locura y sus días de cambio.

 

Los días no daban tregua, seguían pasando y no había forma de detenerlos, por más que hacía, no se detenían. Seguía viéndome en esos ojos verdes, seguía soñándola, -aún lo hago. Lupe nos encontró algunas veces tomados de la mano, diciéndonos quién sabe qué cosas. Lo que ocurrió después, no sé si fue una broma del destino, convicción o porque los que cuidan del orden del universo se descuidaron. Lupe llevó a la mesa la misma olla con rábanos y jitomates, más rojos que antes. Justo cuando yo iba entrando al comedor, dejó la olla sobre la mesa, vino hacia mí, con su mirada tierna, su sonrisa comprensiva y su luz natural, me tomó de la mano y me dijo al oído: arrebatárselos. Me llevó a la cocina y ahí me sirvió un plato grande de frijoles y un jarro de pulque. Me sonreía, me mimaba, me miraba desde su locura, cuando terminé de comer, fui a ver al patrón porque aún quedaban  cosas pendientes.

 

Entré al comedor y en la mesa estaban dos cuerpos sin vida, la hija del patrón seguía sentada, sus ojos verdes estaban rojos, con lágrimas. Su cara de espanto y asombro, su carita de no creer. Yo, en medio de la sala y  Lupe entrando, rompiendo con el orden, con lo establecido, acabando con la explotación, repartiendo lo nuestro. La hija del patrón se quedó sentada, nos miraba, entendió qué es lo que pasaba, por qué todos habíamos actuado así. Lupe lo dijo fuerte y claro, arrebatárselos, reapropiar. Yo hasta ese momento no me enteraba de lo que representaba, miré los ojos verdes ahora rojos y descubrí que hoy no, por ahora no, por fin entendía de qué se trataba: tiempo, experiencia, amor. Mi amor se redireccionó, mi ideas se hicieron claras, fui hacia Lupe, dándole la espalda a la hija del patrón y a los cuerpos sin vida que quedaron en la mesa, le tomé la mano, la abracé, la hice mía, nos fundimos en ideas, en materia, formaríamos algo nuevo.  A estas alturas, ya no había ni bromas del destino, ni aquellos que guardan del orden del universo, le dije con todas mis fuerzas, con toda la convicción: me quedo contigo.




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