Toronto es


 

Toronto es caminar con el calor de la primavera bajo los miles de árboles de arce que hay por las calles. Entrar a una estación del subterráneo y disfrutar de música clásica en vivo, adentro del vagón hacerse a un lado al escuchar un pip, piiip, piiiiiip, de un tipo que lleva una bicicleta grande, una bolsa de algún supermercado y va vestido de negro, cuando se sienta saca un pulpo color verde turquesa de tela muy mugrosa,  al que le habla de manera tierna y le hace mimos, lo que desentona con su aspecto rudo, de barba larga y cabello descuidado. Ver del otro lado a una pareja de la India que platican sin decirse casi nada, lo hacen con miradas, con ese lenguaje de los enamorados, ella con facciones hermosas, manos finas, la boca que parece esculpida por algún artista, los ojos negros y profundos como una noche sin luna,  con la cara llena de acné  y un arete del lado izquierdo de la nariz, mientras que su novio de barba cuidada y lentes de pasta la mira con devoción, como si solo existieran ellos dos. Y enfrente de ellos, sentados, una pareja de ancianos, él muy alto sosteniendo un carrito de compras, ella muy delgada llevando una bolsa sobre las piernas y tomados de las manos, de esas manos con arrugas, con manchas, llenas de trabajo y amor.

Es llegar a Kensington Market y comer tacos mexicanos, en un parque desde donde se ve la torre, donde los niños chapotean en las fuentes y la gente simplemente disfruta del clima. Es caminar por las calles y ver a un grupo de ancianos tocando música con tanta energía como si fueran adolescentes y quedar asombrado con las mujeres de la banda que le ponen sazón a la melodía.

Es escuchar más idiomas que en Babel, ver rostros tan distintos entre sí y al mismo tiempo tan cercanos, son las culturas conviviendo y nuevamente hacerse a un lado para dejar pasar las sillas de ruedas eléctricas, porque ellos también tienen un lugar y van a disfrutar de esta nueva temporada. Más adelante escuchar a otro grupo y corear las canciones y gritar para animarlos. Es oler ese humito espeso que inunda todo el Downtown. No ver a un solo policía, porque todos conviven en paz, porque todos quieren disfrutar. Es ver a niños jugar, a gente leyendo bajo la sombra de los árboles. Es el primer domingo de la temporada de primavera, sin covid, con calor y con flores por todos lados, con los vagabundos haciendo arte, con magos y espectáculos de circo.

Es recorrer el Chinatown  y ver puestos callejeros como cualquier tianguis de Latinoamérica.  Cruzar las calles repletas de gente que van para todos lados, ver las paredes con murales que cuentan la historia de esta ciudad y de sus habitantes. Encontrar en cualquier sitio obras y grúas porque la urbe está creciendo como los hongos con la lluvia. Es mirar y guardar en la memoria estos instantes que dentro de poco dejaran de existir, porque la ciudad será otra. Ver más grúas y saber que dentro de poco la ciudad será otra.

Es encontrar arte por todos los rincones, pues también lo inunda todo. Es sentir el respeto, la aceptación y la fusión de esto que es tan otro, pero que contradictoriamente ya es uno. Es risas, es perros en el subterráneo,  el caos controlado en una ciudad que se siente orgullosa (y cada domingo lo reafirma) de la herencia de todos los pueblos que la habitan, porque todos somos migrantes, la diferencia es el tiempo que llevamos aquí.  Por eso es que me descubro escribiendo en una tierra que no es la mía, pero, vamos, que tampoco es suya.

Es encontrar iglesias muy diferentes, de muchas creencias, porque aquí apenas se distinguen los que en otros países se hacen la guerra. Es subir al tranvía y pensar en otra época, en donde las vías lo movían todo, pero también es ver a una muchacha usando unas calcetas del Principito. Es un lago tranquilo que te hace imaginar historias, leyendas propias de esta tierra colorida y mágica. Y al final, parecen pequeñas ciudades de todo el mundo, metidas en una ciudad que le dio por crecer dentro de un bosque.

 

Carlos Ramos

Toronto

28-05-23









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