Las gaviotas

 


Las gaviotas, un cuento que se incluye en Irse y quemarlo todo. Fue escrito en septiembre de 2023 en Toronto. Habla sobre lo complicado que es conseguir trabajo. 

 

 Las gaviotas

En Toronto hay muchos pájaros. Los que más me gusta observar son los cardenales por su color rojo en los machos y gris-verduzco con tonos rojos en las hembras. Los vi en invierno y me parecía que cantaban con su vaho, además de que se veían como pequeñas bolas de estambre de las que usaban las abuelas, creo que fueron a los primeros que vi en la época de nieve. Me gustan porque en México también los he observado, aunque seguramente son primos de estos del norte. Allá decían que eran los difuntos que te cuidaban en el camino.
Las otras aves que también me gusta observar (aunque es difícil) son los blue jays por sus colores, como si el cielo se reflejara en sus plumas o como si estuvieran hechos del oleaje del mar con su espuma. El pecho es blanco y en la espalda tienen muchos tonos de azul que se combinan, la cola es como una cuadrícula azul con negro, son aves preciosas. La cabeza termina en punta y esto me recuerda a algunas mañanas cuando mi papá se despertaba despeinado (uno termina encontrando semejanzas cuando está lejos, pura nostalgia). A los blue primero los vi en las playeras azules, porque son el logo del equipo de béisbol de la ciudad.
Me gusta escuchar el graznido de los cuervos (pese a que un amigo dice que cada que los oye es porque están avisando que algo malo va a pasar), me agrada ese sonido, aunque sienta cierta aprensión por aquello de Poe. Me parecen fascinantes y me he pasado mucho viéndolos e imaginando qué es lo que dirán, también tienen unos primos mexicanos, los zanates.
Siempre me han encantado las aves, sobre todo por su vuelo, por aquello de sentirse libre que me provocaba el sueño infantil de querer volar para irme muy lejos. Como cuando vivía en Hidalgo, me daba por visitar las milpas acabadas de regar, nada más para ver a las hurracas buscando comida, era algo majestuoso, porque volaban con armonía, como si quisieran hacer figuras o dar un mensaje. Fue ahí que pensé que su vuelo era el ADN del universo, esa cadena mínima en donde está escondido el misterio de la genética. Por ello ahora veo a las bandadas de manera distinta y achico los ojos con la esperanza de descifrar el mensaje.
Quedé asombrado cuando vi una parvada de gansos canadienses, claro que conocía a los gansos, si de pequeño me correteaban en la casa de la abuela, pero otra cosa es verlos volar, porque son aves grandes. Primero estaban sobre el pasto y después tuve la oportunidad de verlos partir y quedé boquiabierto, insuperable elegancia.
Es cuestión de observar y encontrar belleza, a veces se nos olvida, pero el mundo, a pesar de todo, es apasionante, sorprendente, bello. Por ejemplo, hace poco en la esquina de Keele y Wilson, en ese cruce que ya parece latino, porque desde temprano la gente espera encontrar trabajo, vi un grupo de gaviotas que buscaban comida (al igual que en el Downtown en donde se pelean por las papas fritas que quedan en los platos). Son blancas con las plumas de las alas de color gris, tienen una mirada amarilla como si juzgaran o estuvieran enojadas, el pico es también amarillo y termina en punta hacia abajo. Según yo, hay que tener cuidado porque son territoriales y, de vez en vez, te quitan la comida de la mano si te descuidas.
Al verlas de inmediato pensé en el mar, en esos muelles que se visten de gaviotas y del ruido que hacen cuando buscan comida o cuando se ríen (porque tengo la boba idea de que se ríen). Sé que son muy inteligentes, que recuerdan rostros, que aprenden algunos comportamientos, que tienen un lenguaje muy elaborado, que se unen si hay peligro y que son portadoras de tierra firme.
Esas aves migratorias estaban disputándose los restos de una hamburguesa que alguien había tirado. Las estuve observando y me di cuenta que había una que era la dominante, se quedaba en el piso a un lado de la comida y cada que otra se acercaba, abría las alas y graznaba, aunque más parecía un grito, así alejaba a las intrusas, por ello se comía casi todo. Cuando se descuidaba las más astutas le robaban un poco de las sobras. Esa gaviota líder se veía más grande y más fuerte que las demás, capaz de darle pelea a cualquiera, se notaba que le tenían respeto (o miedo).
Luego las vi disputándose unas palomitas de maíz que se le habían caído a alguien, sucedió lo mismo, aunque era otra el ave líder, mientras que las más pequeñas y jóvenes se quedaban con lo mínimo. Pasaba lo mismo cada vez que alguna volaba hacia donde había algo de comida: se hacía un alboroto, hasta que se terminaba el alimento y solo algunas se llenaban. Quizá es la ley de la vida, quizá no somos tan distintos de las aves y volamos para cumplir nuestros sueños.
En el cruce latino, cada que llegaba una camioneta al estacionamiento, los trabajadores corrían y se amontonaban para ser contratados, pero solo se iban uno o dos, los demás, como aquellas gaviotas jóvenes, tenían que esperar a la siguiente, para volver a correr buscando comida y disputarse los restos, a veces soportando las risas y hasta la humillación de los que sí lograban irse.
Hubo un momento de tranquilidad, las aves buscaban alimento en el piso y los trabajadores se frotaban las manos, mientras sus miradas se cargaban de tristeza y esperanza, en ese instante se escucharon varios motores y se repitió la misma dinámica, pero en esta ocasión de entre todas las gaviotas se escuchó un graznido “ese no paga, ya le quedó a deber a muchos”, con el ruido, las gaviotas volaron y los trabajadores también se alejaron buscando otra camioneta que estuviera cargada de comida.



 


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Nos hermanamos

Cambio de planes