Cambio de planes


En 2024 el libro Fragmentos de realidad resultó ganador en el Primer Concurso de Cuento de la Fundación Mecenas del Libro. 

Cambio de planes es el primer texto. A veces, solo queda eso, cambiar de planes.



Cambio de planes

 

Lo conocí en el trabajo. Era un tipo muy serio y guapo. Le costó mucho esfuerzo llegar a esto, quiero decir, a que tuviéramos una relación, porque fui complicándole el camino solo por gusto, para ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar, y la verdad me divertí de lo lindo con hacerlo sufrir. Un día se atrevió a hablarme, aunque se le veía muy nervioso. Eso se me hizo muy divertido, sobre todo a nuestra edad y, además, porque trabajábamos en el mismo departamento y nuestras oficinas estaban cerca. Primero fue un <<hola>>, después un <<hola, licenciada, buenos días>>, hasta que un día se quedó a platicar. Mejor dicho, a preguntarme no sé qué cosas sobre algo que no tenía nada que ver conmigo.

En los días siguientes me trajo unos chocolates que estaban deliciosos, luego una rosa, y después, una docena. Pensé en hacer que se detuviera, pero no lo hice, porque en ese momento me invitó a tomar café y platicar. Tenía mucho que no salía, así que acepté. Fuimos a una cafetería cercana. Los que nos vieron seguramente pensaron que éramos dos compañeros tratando algún asunto de la oficina, algo completamente inocente. Me sorprendió porque, ya con confianza, resultó muy buen conversador. Quién sabe en dónde dejó la pena y el nerviosismo. Ahora, se veía decidido, lo que me encantaba. También me atrapó porque me escuchaba, se interesaba por mi vida, y quería saber detalles de cuando era niña, de mi primer beso, de cosas que incluso ya había olvidado.

La verdad es que soy egoísta y solo me gusta hablar de mí, de lo que me pasa y de lo que quiero. Por esta razón supe pocas cosas de su vida. En cambio, a él parecía que le gustaba escucharme porque cada vez que lo hacía me miraba embobado.

Nos hicimos amigos. Él siempre fue claro en que yo le parecía muy atractiva y que quería algo más conmigo. Nuestra relación se fue dando de manera natural. Un día, al despedirnos, me dio un beso en la boca. Lo respondí porque yo también lo estaba esperando. Ese beso sabía a café, y me fascinó, porque hacía tiempo que nadie me besaba de esa manera.

Ese fue el comienzo. Nos tomó por asalto y sacó lo mejor de los dos. Los besos se hicieron más constantes, y buscábamos los lugares más inesperados para dárnoslos: en el archivo, en la pequeña cocina de la empresa o en el ascensor. Era excitante, porque siempre estaba ese asunto de lo prohibido.

Por fin fuimos a un motel, luego a hoteles, y así conocimos muchos, desde los feos hasta los de varias estrellas. Puedo decir que la relación se hizo fuerte, dichosa y lo que había entre los dos era amor.

Sí, me enamoré de él: de su forma de ser, del hecho de que me hacía reír, de que me trataba como si quisiera darme el universo, pero, sobre todo, de esa bendita manera de mirarme. Hizo que me conociera, que descubriera mi cuerpo a partir del suyo. Dudé de mis propias ideas, lo que me ayudó a que viera el mundo desde otro punto. Me llevó a ese pedacito de felicidad que está reservado para unos pocos.

Siempre estaba para mí. Era yo quien, en muchas ocasiones, no podía. Aun así, en cada encuentro él estaba como recién amanecido, con ganas de verme, de estar conmigo y para mí. Saber que existe alguien en ese estado es hermoso, porque te renueva las ganas de vivir.

Fue una relación de un año tres meses, intensa, llena de amor, que, al final terminó. No fue por causa de alguno de los dos. Yo no lo sabía, pero él tenía una complicación cardiaca. Tal vez me lo dijo, pero esa manía de no escuchar a otros, de solo estar pensando en mí, me hizo no enterarme.

Un día no vino al trabajo. No contestaba mis llamadas y no tuve el valor de ir a buscarlo a su casa, porque sí, por tonta, yo qué sé. Al día siguiente tampoco vino. El jefe nos reunió para informarnos que nuestro compañero había fallecido de un infarto.

Las piernas me flaquearon. Me sentí mareada y me faltó el aire. De momento no lo creí, pero mi cuerpo lo supo de inmediato: estaba temblando.

Todos en la oficina fuimos al funeral. Lloré mucho. Lo quería, lo quise demasiado y ya no estaba. Me había dejado sola y no tenía a quien decirle que se llevó una parte de mí.

Fue muy doloroso el momento en que comenzaron a echar tierra sobre la caja. Luego, el dejar un ramo de flores sobre la tumba fresca y, después, irse sabiendo que ya nada sería igual, que los planes necesariamente iban a cambiar. Luego, darle vueltas y vueltas a esa vez que nos vimos, que, sin saberlo en ese momento, sería la última.

Esa vez no pude regresar al trabajo. Me fui a mi casa con los ojos rojos y me dolían de tanto llorar. Me sentía fatal. Mi marido me preguntó qué me pasaba. Le dije que nada, que estaba bien, que solo me había afectado la muerte de un compañero del trabajo.






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