Cachetitos
Este cuentos es de 2019, es el resultado de una divertida fiesta infantil con payasito incluido.
Fue publicado en el tercer número de la revista Campo de Plumas.
https://camposdeplumas.com/2019/10/28/cachetitos/
Para
Miguel
Cachetitos
Pinche vida de la chingada. Ya
no alcanza para nada, tengo que pagar la renta, la colegiatura de mi hija y la
comida. Si no fuera por la necesidad de comer, no habría problema, pero no es
así. Todo está más caro; sube el gas, la gasolina, el pasaje, la carne, bueno,
hasta mi coquita y mi maruchan incrementaron su costo.
Dentro
de poco voy a tener que mudarme a un espacio pequeño y a una colonia bien fea y
alejada. Para colmo, me acaban de llamar; están listos los papeles del divorcio
y de la custodia de la niña, lo único que me queda es firmar y pagar. Por si
fuera poco, me ha comenzado a doler la cabeza, a ratos he perdido la vista, me
siento cansado y en algunas ocasiones me mareo. Fui a consulta, pero no me
alcanzó para el medicamento, así que sigo igual.
Las
parrandas también las abandoné, pero no por salud o porque me hubiera dejado de
gustar el trago, la razón es la falta de billetes. Las primeras borracheras las
costearon algunos amigos, pero, no siempre puede ser así, ellos también se cansan.
De igual manera el cigarro lo tuve que dejar. Esta vida está de la chingada y
ya ni humo puedo echar.
El
trabajo ha ido de mal en peor, antes me contrataban mucho, incluso llegué a
tener una gira de presentaciones. Había inventado nuevos chistes, tenía mejores
trucos y mi rutina era de lo más divertida; figuras hechas con globos y regalos
para los niños al realizar el clásico “a quien me traiga un zapato o unas
llaves”, luego el juego de las sillas o de los sombreros y se llevaban sus
burbujas, una pelota o un dulce. Al final del acto, malabares con fuego, algo
chingón. Pero desde que mi salud comenzó a menguar ya no me presentaba cada fin
de semana, ahora, a lo mucho dos veces al mes, en ocasiones ni eso.
Antes
hacíamos el espectáculo entre tres, mi hermosa edecán; una mujer graciosa y muy
guapa. Nos entendíamos a la perfección, le decía que me dijera cosas tiernas y
me respondía que “calabacitas, chicharitos y rabanitos”, esto le encantaba al
público. El otro era mi hermano Miguel, mejor conocido como el “ingeniero de
audio”, él se encargaba de poner las pistas y de invitar a las personas a
aplaudir. La mágica se acabó un mal día en que mi edecán se hartó de que no
tuviéramos presentaciones y decidió renunciar para irse a trabajar con el
Payasito Quesito. Nos dejó a mi hermano Miguel y a mí bien jodidos.
Mi
hermano Miguel no la hacía de tos porque mientras tuviera una lata de cerveza
en su mano, estaba contento. Esto siempre ocurría porque buscábamos la manera
de que así fuera, era yo el que me privaba de varias cosas. Entre los dos
intentamos hacer los espectáculos mágicos-cómicos-musicales como me gustaba
llamarles y no nos fue tan mal. Claro, las cosas no eran lo mismo.
Ahí la
llevábamos hasta que la jodí al final de uno de los actos, estaba haciendo malabares
con las clavas encendidas y una de ellas se me escapó de las manos y fue a
darle a la piñata que se quemó en el acto; se armó un griterío porque los
chamaquitos querían correr por los dulces que caían en llamas. El que me
contrató era un amigo que después de esto, se me acercó y me dijo, “ya ni la
chingas, pinche Cachetitos, ya mejor sácate a la chingada porque mi vieja te
quiere madrear”.
Salimos
pitando y para chingarla dejé la clava que le dio a la piñata, qué chingados
voy a hacer solamente con dos. Al pinche perro más flaco se le cagan todas las
pulgas. La camioneta en la que viajamos es un cacharro traicionero que se
descompone con solo mirarlo. Para joderla, se quedó a una cuadra de la casa en
donde nos corrieron. Ese día nada más alcanzó para tres cervezas, lo demás, lo
gasté en las refacciones para el cacharro.
En mi
trabajo lo importante es reír, aunque por dentro te esté cargando la chingada.
Las cosas se fueron complicando más, sentía que todo estaba del carajo. En
alguna ocasión le tuve que pagar a mi hermano Miguel con un Tonayan, me dijo
que me estaba pasando de cabrón, que ahora sí ya había tocado fondo, que,
además, era un culero porque esa madre sabía bien feo, todo esto mientras le
daba unos tragos así directo. Me sentía mal, porque era cierto, hasta tenía
ganas de darme en la madre, morirme y ya, pues así, para qué vivir.
Un día
me encontré con un primo político, tenía mucho que no lo veía, tanto que no
sabía que se había separado de mi prima y ya se había juntado con otra mujer, con
la cual tenía dos niños. Al más pequeño le iba a festejar su cumpleaños y al
otro su primera comunión, todo en una sola fiesta para aprovechar. Sin perder
tiempo le dije que yo la hacía de payaso, que mi show no era caro, pero sí muy
entretenido, horas de risa garantizadas. Creo que me vio tan jodido que aceptó
que amenizara su fiesta. Dentro de quince días yo sería el estelar, me dio un
adelanto y a cambio yo prepararía un evento chingón.
Puntuales
llegaron los quince días, había practicado mucho, conseguí la clava que me
faltaba. Le pedí a mi hermano Miguel que se pusiera chingón, porque
comenzaríamos desde ahí otra vez, ahora todo para arriba. Preparé mi vestuario,
me pinté la cara de una forma muy graciosa y limpié mis zapatotes, estábamos
listo, hasta lavamos nuestro cacharro.
La
fiesta estaba a reventar de chamacos, era unos treinta más los papás, nunca
había tenido tanto público. Era una pachanga en grande, ¡chingona! Como dijo mi
hermano Miguel. Nos instalamos, él ponía las bocinas y preparaba los
micrófonos, mientras tanto yo la estaba haciendo de pinta caritas. En cuanto
terminé comenzamos con el espectáculo. La música atrajo a los pequeñines que se
sentaron en el pasto. Los aplausos no se hicieron esperar, tampoco las risas ni
los regalos. Perdí por completo la noción del tiempo, para mí solo existía el
show y los niños riéndose de mis payasadas.
De mi
ex primo ni sus luces, solo lo vi cuando llegamos. Entre tanta gente era fácil
perder a alguien, pues los niños gritaban, y los papás aplaudían pues ellos
también participaban. Hice un juego con burbujas y los espectadores festejaron
y rieron muchísimo. Se me ocurrió llevar cascarones de huevo llenos de confeti,
mi hermano Miguel se encargó de repartirlos y los niños de romperlos en las
cabezas de sus amiguitos, sus padres o del que estuviera descuidado.
En el
intermedio algunos papás se me acercaron para pedirme una tarjeta, les había
gustado mi espectáculo. No cabía de felicidad, estaba a punto de llorar, con
esto me recuperaría, era la sangre nueva que necesitaba. Para la segunda parte
del show, preparaba las clavas para hacer malabares y comencé a escuchar a los
niños que gritaban: ¡Cachetitos! ¡Cachetitos! ¡Cachetitos! Estaban rendidos por
las risas.
Salí
con las clavas y a propósito tiré una causando la risa de los pequeños, después
hice algunos malabares y les pregunté si querían algo más difícil, al unísono
gritaron que sí, entonces les dije, sin un zapato, mientras me quitaba mi
zapatote y ahora sí, a hacer los mismos malabares del principio. Después
utilicé fuego y a los chavitos casi se les caía la baba, terminé todo el acto
con unos malabares que recién me había inventado. El evento se acabó cuando
invité a todos a bailar, repartimos más cascarones de huevo y yo abrí algunos
tubos que avientan confeti, lo juro, el mejor espectáculo de mi vida.
Nos
despedimos del público y comenzamos a recoger nuestras cosas. Se acercaban los
niños porque querían tomarse fotos conmigo y yo estaba encantado. Cuando
subimos todo al cacharro, nos llamó la señora Lupita la esposa de mi ex primo,
dueña de la casa y la fiesta, nos pagó lo que faltaba y nos invitó a comer.
Aceptamos porque teníamos la sensación de triunfo. Una vez en la mesa nos
sirvieron consomé y barbacoa como si fuera el fin del mundo, a mi hermano
Miguel hasta le pusieron unas cervecitas.
La
fiesta seguía con el sonido de unas bocinas, pero eso era suficiente, porque
los niños corrían por todos lados, algunos adultos comenzaron a bailar y uno
que otro a entrarle al vino. Estábamos al lado de una mesa en donde estaban
amigos y familiares del anfitrión, a algunos los conocía de vista. Terminamos y
estábamos por levantarnos para irnos, pero en ese momento hizo su aparición mi
ex primo.
Se
acercó a donde nos encontrábamos y me dijo, “qué pedo pinche Cachetitos, cómo
te fue”. Venía muy borracho, casi tira la mesa de los regalos. Siguió
diciéndome: “qué cagado está tu nombre, Cachetitos” y quiso hacerme ese mimo
que hacen las tías viejas a sus sobrinos. Me hice para atrás para esquivarlo,
pero casi se cae encima de mí, “eres una mamada, Cachetitos”. Miren, les dijo a
los de la mesa de al lado, “el pinche Cachetitos es una mamada”, las diez
personas que estaban sentadas comenzaron a reír y para acabarla de chingar
entre ellos se comenzaron a decir, “Cachetitos, pásame la sal”, “Cachetitos Jr.
tómate la cerveza”, me convertí en un pinche chiste, Cachetitos para acá y para
allá, una verdadera mofa.
Mi ex
primo seguía con sus burlas y yo no me podía zafar del “abrazo” que me estaba
dando. “Eres bien pinche gracioso, cabrón” y una palmada en la espalda que
realmente era un madrazo. “Cachetitos, no me vas a creer, pero cuando regresé
de ir por unos pomos choqué con la camioneta vieja que está aquí afuera, como
está toda jodida el pendejo del dueño ni cuenta se va a dar” y me apretaba más,
su tufo a borracho ya me tenía hasta la madre. Y luego “pinche Cachetitos me
caes bien chingón” y un nuevo madrazo, “aunque no quieras, somos familia” en
ese momento agarró mi nariz de payaso y la estiró mucho, cuando la soltó nada
más sentí el putazo en el ojo derecho, que de inmediato me lloró.
Su
esposa hizo su aparición para decirle que se calmara y que dejara de tomar, que
era una fiesta infantil. Incluso le empezó a reclamar otras cosas que no veían
al caso. En ese momento mi hermano Miguel me hizo señas para que nos fuéramos,
intenté levantarme, pero el “abrazo” se hizo más fuerte y me tuve que quedar
sentado, escuchando cómo mi ex primo despotricaba de su esposa. A cada momento
subía más el tono de las palabras y yo seguía oyendo las burlas que hacían de
mí en la mesa de al lado.
Supe
que esto acabaría mal cuando mi ex primo le dijo a su esposa “puta” y le tiró
un madrazo. Me interpuse para que no le pegara y le pedí que se calmara, que no
la insultara y que mejor nosotros nos despedíamos, pero mi ex primo volvió a
los insultos, hacia ella y contra mí. El mundo todo jodido, mi vida del carajo
y la poquita felicidad que había tenido se la estaba llevando este pendejo.
Después de unos minutos me mandó callar y le tiró otro golpe a su esposa,
nuevamente lo evité y ahí comenzó lo bueno; “tú chingas a tu madre, Cachetitos”
y me dio el madrazo más sonoro y fuerte que he recibido en mi vida. En ese
momento como broma o no sé qué, comenzó el Ave
María en la versión de Schubert, lo supe porque de algo debía servir mi
carrera universitaria.
El
chingadazo casi me noquea, la verdad. Todo se hizo más lento. El siguiente
golpe lo di yo y mi ex primo cayó como tabla. La sangre corriendo por mi cuerpo
me recordó que estaba vivo. Escuché a los de la mesa de al lado “no mames
pinche Cachetitos” y me llovieron madrazos por todos lados, a pesar de eso,
juro que nunca me sentí tan vivo, era como si de pronto me partiera la madre
contra la vida.
La
quijada se me fue para un lado y un golpe en el estómago me sacó el aire. Hice
lo posible por defenderme, por tratar de hacer daño a los que me rodeaban, pero
me imagino que con mis zapatos de payaso las patadas ni les dolían. Mi hermano
Miguel agarró unos platos y con eso trataba de defenderse, pero igual le
pusieron una madriza. No sé en qué momento terminaron los golpes y la música.
Me tiraron tres dientes, la nariz me la dejaron hecha polvo, no sé si me
chingaron una o dos costillas. El pedo fue que nos culparon de todo, a la
patrulla nada más nos subieron a mi hermano Miguel y a mí. Disfruté como nunca,
pero como ya sabemos, al pinche perro más flaco siempre se le cargan las
pulgas. No tengo idea en cuánto va a salir este desmadre, estoy seguro que no
habrá ni para las cervezas de mi hermano Miguel.

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