Se dirán mentiras
Este cuento se publicó en la antología Nuevas Letras Toltecas en 2018.
Una tarde en una banca del jardín de Tula, Hidalgo, México.
Para los enamorados que se besan
en las bancas de los parques
Se dirán mentiras
Lo sé ahora, lo sé con la certeza del andar de los ciegos. Lo harán, no hay duda, por la simple dialéctica del tiempo, del abismo que existe en todo ser humano. Se dirán mentiras y no es la voz recelosa ni estúpida del tiempo pasado.
Esa tarde caminaba sin rumbo fijo, eran las cuatro y desde la calle en la que me encontraba se podían ver los Atlantes. Era una tarde calurosa, el verano había comenzado. Me dirigí al jardín pues realmente no tenía a donde ir en ese momento. Caminé y me detuve justo a la altura de la parte de atrás de la Catedral, observé las paredes oscuras producto de la lama, contemplé los bloques que forman las paredes, casi veía las manos constructoras, manos indígenas. Las palomas me miraban aburridas, la gente iba y venía, pero yo estaba contemplando lo que me parecía un castillo medieval.
Llegué al jardín y me detuve a admirar el mural del teatro al aire libre. Suspiré porque me sentí lleno de historia, lleno de la “Tula Eterna”, del cielo azul, de la mariposa de obsidiana, del arte, la conquista, la niñez, de nuestra arquitectura, del legado de un pueblo eterno, nuevamente suspiré.
Caminé hacia la pérgola porque vi que había una exposición de pintura, me detuve en la fuente, la encontré serena en medio del bullicio, simplemente fluyendo. Esto lo hice porque así lo había hecho muchas veces, porque para mí era un ritual, de una de mis bolsas saqué una moneda, le di varias vueltas entre mis dedos, mientras pensaba el deseo, finalmente la arrojé y vi cómo se hundía. Vi el agua y pensaba “ahora sí, esta será la última vez”, con esa certeza continué, mientras en mi mente ese deseo tan mío y tan común se materializaba, ahora sí las cosas marcharán bien.
Antes de llegar al kiosco, el tiempo se detuvo, lo que antes había sido paso firme se hizo titubeante, la paz se acabó. Al voltear, la vi, ahí estaba sentada en una de las bancas. No lo voy a ocultar, mi corazón se volvió loco, las piernas me fallaron y sería un tonto si no reconociera que recordé el amor y sentí cómo recorría todo mi cuerpo, desde lo sublime hasta el árbol con las últimas hojas.
Se veía más guapa, tenía el cabello un poco más largo y estaba maquillada. Mis ojos sonrieron al verla. Entonces ocurrió como en las películas cursis, nuestras miradas se encontraron y lo juro, el tiempo se detuvo. Estoy seguro que nos vimos y reconocimos en tan sólo dos segundos y todo el tiempo transcurrido pasó por mi mente.
La lluvia ya había traído las primeras flores, los árboles que nos rodeaban nos comenzaban a abrazar con su sombra. Los niños jugando con una pelota, los adolescente patinaban en una esquina, a pesar de lo hermoso del lugar y del momento, yo me quedé duro, en mi mente surgían las dudas ¿Debería acercarme a hablarle o debería pasar de largo? éramos nosotros, éramos los mismos o al menos eso pensaba.
De pronto como un alud, recordé el beso robado en una banca de ese mismo jardín, los litros de café bebidos endulzados con besos mientras nos tomábamos de la mano. Aquellos besos, esos besos, esos labios, la chispa que encendió la hoguera y alborotó a todas las mariposas de nuestro interior. Recordé los abrazos que nos llevaban volando sin movernos del piso, el calor del amor que se siente contigo.
En esos dos segundos lo supe: una vez que te enamoras no hay vuelta atrás. Todos los sentidos se atrofian y esto es un hecho científico y no la opinión de un pobre diablo que se ha hundido en el lago perdido. Es estar enfermo sin molestias, con la mejor salud, es olvidar todo y centrar la atención únicamente en el ser amado. Es la dilatación de los sentidos y las pupilas, el amor es lo único que hay, de otra forma no podríamos vivir.
El cine y tus besos, los museos y tus besos, los viajes, tus manos y tus labios, tu forma de andar, tu olor, tu inteligencia que siempre me impactó. Tus ojos y el infinito que contienen, es la puerta al universo, la que me dejaste atravesar y con ello contemplar la eternidad. Tu risa como la melodía celestial que calla todo. Pero también estaba la otra parte, lo que perece por el simple hecho de comenzar. La espera anhelante, la despedida, las lágrimas quemando a su paso, el enojo, el hacer lo incorrecto. Pero nuevamente encontrarme en tus ojos y comenzar con más fuerza como las olas del mar.
Las bancas del jardín cuentan historias, han sido testigo del tiempo, al menos del tiempo reciente. Vieron besos y peleas, escucharon promesas, risas y lágrimas. Mudas vieron nuestros besos, aquella nieve de grosella, cuando te dije que eras el amor de mi vida, que estaríamos juntos para siempre, tú sonreías con esos ojos tan hermosos, tus besos tenían el sabor del siempre, pero siempre no es el fin de los tiempos.
Pude haber hecho como que no te veía, como que nunca nos conocimos, pero el cuerpo no miente, sabe perfectamente que muchas veces fuimos eternos. Las jacarandas ya pintaban el paisaje con sus flores. Tenía tiempo que no te pensaba y de pronto apareces así. Ese gesto de alegría te delató y a mí la palidez en el rostro. Muchas veces ahí sin decirnos nada, contemplábamos la tarde, luego hablaban los besos y bastaba con eso.
El cielo estaba despejado, algunas palomas volaban hacia la izquierda en referencia a mí. Pero yo no podía poner atención a otra cosa que no fuera tú y tu figura. Tus ojos con el brillo animal que me perdió, tu respirar lento, tu cabello desordenado que nunca te gustó llevar arreglado. Tanto tiempo y tantos recuerdos.
De la nada, el recuerdo hermoso de cuando viajamos juntos por primera vez, te quedaste dormida en mi hombro, después te abracé y así recorrimos varios kilómetros de tiempo hasta contemplar la luz de otro lugar en tus ojos. Tus besos con sabor a lugares nuevos, a zonas arqueológicas. Tus besos con sabor a manantial, a historia y a viento. Viajar sin ti no es lo mismo. Del tiempo pasado viene la primera vez que dormimos juntos, cuando te abracé y así nos quedamos toda la noche, pude contemplar y sentir tu calma, después vi tu natural amanecer y sentí esa necesidad de amarte, de vivir, de hacerte feliz, de estar para ti. Nunca hubo un octubre tan perfecto, ese otoño fue nuestro.
Todo eso existió en algún lugar y un momento, que no es este, porque todo cambia y no somos los mismos, aunque creamos que lo somos. Lo real son estos dos segundos en los que el tiempo se ha detenido, que te veo y recuerdo, en los cuales mi cuerpo ha quedado paralizado y tengo en la boca el sabor a tus besos. Estás sentada ahí, las luces y sombras te hacen lucir hermosa, puedo ver tus lunares que son visibles para todos, pero puedo recordar esos otros lunares, los que me permitiste ver y que muchas noches leí en braille como ciego. Estuve a punto de descubrir el mensaje de tu piel, el centésimo nombre de Dios, la causa y el efecto, la fuente del poder. Pero si bien no pude lograrlo, sí pude ir más allá que un simple mortal, me hiciste eterno por algunos momentos.
A lo lejos escuché el grito de los niños que festejaban la victoria, pero no pude dejar de pensar en ti, en verte tan natural, tan silenciosa como cuando te preguntaba el porqué de la felicidad. Te veías tranquila, mi presencia en ese espacio-tiempo no te afectó o al menos no se te notaba. Nunca supe a ciencia cierta qué es lo que pensabas, fuiste un misterio, de ahí mi adicción.
Los adoquines del parque, la tarde que comenzaba a envejecer, el sol que al irse traía viejos recuerdos que me golpean como olas bravas. La vida juntos, la continuidad en este devenir, el sentir y decir “nosotros”, el futuro de nombrar a los nuestros, la esperanza ciega, el deseo incontenible de “ella”, esa pequeñita que sería la condensación de este amor. Todos esos planes también los escucharon las bancas, que como sabemos por las noches platican entre ellas, por esta razón, ellas ya lo sabían y me miraban con un poco de pena.
Pero qué se le va a hacer, unos cuantos pasos me separan de ti y tuvimos solamente dos segundos de eternidad, en los cuales por lo menos en mi mente te sonreí, busqué tu lado tierno, el refugio de tus besos.
Te mostré mi ciudad eterna, mi pueblo con más de mil años de historia. Al hacerlo te mostré lo que soy, porque para entender el presente debemos voltear al pasado, también en ese breve lapso de tiempo entendí por qué tú sentada en esa banca y yo paralizado con tantos recuerdos, imaginando, proyectando el futuro. Tu blusa negra, tu pantalón de mezclilla, tus zapatos bajos, el juego perfecto que muchas veces contemplé, tus ideas, tus silencios, sobre todo tus silencios, tus labios tan amables, tus besos, tus besos.
Lo sé ahora, lo sé con la certeza del andar de los ciegos. Lo harán, no hay duda, por la simple dialéctica del tiempo, del abismo que existe en todo ser humano. Se dirán mentiras y no es la voz recelosa ni estúpida del tiempo pasado. Dos segundos no son eternos, la veo sentada, vi el pasado y el futuro apoyado en el presente que me golpearon con todas sus fuerzas, ahí está, pero no está sola… ahora hay alguien más. Se dan un beso justo en el momento en que nuevamente comienzo a caminar. Me alejo lento, pisando los adoquines gastados, viendo los primeros rayos de la tarde que pronto morirá. Ellos quedan atrás, quedan ahí en un tiempo que pudo ser el de nosotros, en una banca que un día fue nuestra, me voy para siempre. Ya sin emoción alguna, pienso que ellos también se dirán mentiras.
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