Te presto mis ojos
Este cuento se publicó en 2018 en la revista Nuesta Gente. En 2020 aparece en mi libro En esta parte del mundo. Habla sobre el amor que se puede encontrar en cualquier lugar, en este caso, una cafetería.
Para
Aridni por su sonrisa
Te presto mis ojos
Su piel morena y única
resaltaba en el recinto de paredes azules. El olor a café recién hecho despertaba
a todos, pero la mañana sólo cobraba sentido al verla sonreír, simplemente
porque iluminaba el día. Así fue como la conocí.
El
lugar se ubica en el centro de la ciudad, es agradable y cómodo. Observando un
poco, te das cuenta que el aroma a café, la música y pintura juegan en ese
sitio. Llegué ahí por casualidad; estaba caminando mientras pensaba en lo
cotidiano hasta que algo llamó mi atención. Al entrar me transporté a un
espacio encantador, me senté y entonces la vi; estaba atendiendo la mesa de al
lado y pensé que el gesto que hacía antes de reír era igual al cielo un segundo
antes de la lluvia. Seguí sus pasos porque simplemente quedé impactado. Vi sus
manos y recordé a Pablo Neruda: “y tus pequeñas manos y las mías robarán las
estrellas”. Después la vi perderse en la cocina, tras la puerta que parecía de
espejo.
Cerré los ojos pensando
en la cotidianidad, ella y su perfume se aparecieron ante mí, con voz muy linda
dijo:
—Buenos
días y bienvenido, le dejo la carta, en un momento le tomo su orden.
Nuevamente
la vi alejarse y miré el menú, pero pensaba más en los pendientes por resolver.
Aunque estando ahí me tomaría un buen café y seguramente comería una rebanada
del pay que desde mi mesa se alcanzaba a ver y parecía delicioso.
El ambiente se sentía relajado, algunas
parejas estaban en los sillones que se encontraban apartados y que parecían
dispuestos para los enamorados. En las mesas una familia y uno que otro
solitario. Alguien puso música y esto me hizo volver la vista a la carta, el
olor a café ya me atrapaba.
Llegó
como una aparición. Traía una charola con café negro, casi como petróleo, un
pay y una malteada. Puso todo en la mesa y se sentó conmigo. Al principio no lo
podía creer, me sonreía y sí, lo confirmé, como el cielo antes de la lluvia,
los sueños si se cumplen, pensé al ver los huecos que su sonrisa hacía en su
rostro, sus ojos tan profundos que te perdían, su cabello negro, largo y
hermoso.
Por
la ubicación de la ciudad, pensé en una princesa de la época de los toltecas,
algo completamente espectacular. Yo no podía ni hablar, nunca había visto a una
mujer tan hermosa. Le dio un sorbo a su malteada y con la mirada me indicó el
café. Bebí un poco, comí del pay y mi paladar lo agradeció, ella rompió el
silencio.
—¿A
qué se dedica?
Antes
de que pudiera articular palabras, miré los pequeños cactus puestos en tazas
que estaban sobre las mesas, ese detalle me gustó, cada planta crecía entre
pequeñas piedras.
—Me
dedico a observar y a ponerlo en papel ─dije, una vez que mi interior se tranquilizó.
—¡Qué
interesante! ¿Y qué observa?
—¡Todo!
por ejemplo, a ti; desde que llegué encontré muchos detalles hermosos en tu
persona.
En
ese momento sus ojos se encendieron y descubrí una luz nueva, también ese gesto
de sorpresa, que, sinceramente, la hacían lucir hermosa. Le platiqué que
todavía me asombraba del mundo, que cada día salía a contemplar la belleza o a
reír de lo simple. Se quedó pensando, haciendo un nuevo gesto entrañable. Me
dijo que era interesante.
—¿Qué
más ha visto? —me dijo antes de dar otro sorbo a su bebida.
Miré
el cielo de biombos como nubes. Le dije que vi su piel, su forma de andar y sus
manos. Pero de camino a este lugar vi el amanecer, las estrellas antes de
ocultarse, el mar que es el cielo, las luciérnagas; que me había quedado
observando cómo crecen las plantas, el revolotear de las mariposas, el colibrí
y su flor.
—¡Qué
hermoso!, ojalá que yo también pudiera ver todo eso.
—Te
presto mis ojos ─le dije con calma.
—Eso
es imposible.
—Sí,
vamos a hacerlo, ”hagamos posible lo imposible”.
Me
miraba incrédula. Casi como en un ritual, tomé una de sus manos, la apreté
suavemente, la llevé a mis ojos y los cubrí, mi otra mano tapó los suyos.
Después de un rato, nuestras manos quedaron juntas sobre la mesa.
Ahí
estábamos, frente a frente, éramos los mismos y no. Ella me dijo lo que veía,
estaban las mariposas que parecían besarse, el colibrí haciéndole el amor a las
flores, las plantas moviéndose con el mundo. El agua llena de vida y jugando
con el viento. Las montañas y cerros repletos de vida, las aves en parvada
dejando su mensaje.
—Es
asombroso poder mirar con los ojos de otro, —dijo con un hilo de voz.
Al
otro lado de la mesa comencé a ver a esa niña, la que fue ella, la rebelde, la
más lista de la clase. La que sorprendió a todos cuando se golpeó en la frente,
cosa que en ese momento era sólo recuerdo. Miré esas verduras que para su
paladar eran tierra, pero también logré contemplar el sur con su cordillera y
su nieve, con su vino y su asado. Mirar con sus ojos me encantó, aprendí mucho,
porque ella había visto mucho.
Entonces
ambos lo comprendimos, el secreto está en los ojos, para mí en los de ella.
Tuvimos un momento de conexión que no necesitó palabras. Nos miramos y aún
estábamos tomados de la mano, lo supimos: somos lo que vemos, nuestros
silencios, los lugares que pisamos, los sabores en nuestra boca, ver, como lo
hace otro, es entendernos. Sonreímos y volvimos a ser nosotros aunque éramos
otros.
—Eso
fue mágico —me dijo con un brillo nuevo.
—A
mí también me gustó, es tan lindo conocerte.
—Cuénteme
más.
Mi
pay y mi café estaban casi terminados, ella ya estaba por terminar su malteada.
En el lugar algunos se habían ido, otros llegaron. Vi más gente, pero nosotros
estábamos ahí en esa mesa para cuatro, ubicada a veinte pasos de la entrada.
Decidí contarle más, pero no con palabras, le hablaría en ese lenguaje secreto
que pocos comprenden.
Volví
a tomar su mano, la puse en el lugar en donde está mi corazón, a los pocos latidos le dije: te lo cambio; sonrió y nuevamente
éramos otros, ahora teníamos los ojos cerrados. Comencé a recorrer su corazón,
sentí con y en ella, amor, felicidad, sueños cumplidos, determinación y
tristeza, cada palpitar me llevaba a recorrer su cuerpo. La encontré tan
natural, pura, sentía que la conocía, viajaba por sus venas.
Ella
comenzó a sentir, a recorrer lo que hay en mí, no tardó mucho en darse cuenta,
tomó mi mano con fuerza, abrió los ojos y lo supo. El destino, la mañana o la
generosidad del universo nos pusieron ahí, en ese lugar y a esa hora, nos
mirábamos felices. Se veía aún más hermosa, sabía que todo iría bien, no paraba
de sonreír y yo de verla, sentí paz, acaricié su mejilla y me acerqué para
besarla, simplemente era perfecto…
—Disculpe,
joven… joven… ¡joven! ¿Está listo para ordenar?
Apenado,
miré a todos en la cafetería, pedí un café americano y un pay de la casa.
.
Comentarios
Publicar un comentario