Amor a primera vista
Este cuento es de 2016, apareció por primera vez en mi libro Cuentos Proletarios y años después en el blog del Círculo de Narrativa Tolteca.
Para ese hermoso anagrama
Amor a primera vista
—¿Desea que le tome su orden,
caballero?
—En un momento,
estoy esperando a alguien. Me podría traer por ahora un vaso con agua, por
favor.
—En seguida.
En mi vida he
tenido pocos sueños o mejor dicho, sueños poquita-cosa. Un par de viajes, algún
libro, terminar una carrera, formar una familia, casarme. Poco a poco fui
cumpliendo estos sueños, algunos, estoy a punto de realizarlos. Ella se llama
Carla y hoy es uno de los días más importantes de mi vida. La gente ha dejado
de creer en el amor, pero yo estoy chapado a la antigua, aún creo en la pareja,
en la familia, en el amor y por más que se piense esto no tiene que ver con el
machismo ni con el patriarcado.
En lo que yo creo
es en el trato de iguales, de compartir labores y responsabilidades, en
cuidarnos y mantenernos vivos para cuidar a los que vendrán. La igualdad y el
respeto en una pareja, porque cuando de verdad amas a alguien, buscas su
bienestar, que en parte es el tuyo y también viceversa. Parece muy complejo, pero es muy simple, lo
que pasa es que nos han educado para pensar que uno es más que el otro y que
ciertas tareas son exclusivas de un género, pero no es así, la carga es menos
pesada cuando se lleva entre dos, porque somos dos, somos una pareja, que va a
la par.
A ella la conocí
como ocurren las cosas buenas, de manera fugaz pero que resultó ser una
eternidad. Bastó una mirada y no es el cliché de una película gastada. Nos
vimos sólo unos instantes y nuestras miradas quedaron enganchadas. Yo no la
conocía, pero ya quería probar la miel de sus ojos, besar sus labios carnosos y
provocar su risa, que me imaginaba hermosa. Pensarán que el amor no es
suficiente y menos un simple intercambio de miradas, pero cuando me dijo su
nombre, cuando salimos por primera vez, cuando nos besamos, estuve seguro que
no necesitaba ir a ningún otro lugar, pues con ella podría navegar.
De inmediato nos
dimos cuenta que hubo conexión, que teníamos muchas cosas en común y que
siempre teníamos algo de qué hablar. A mí jamás me importó el dinero, así que
comencé a gastarlo y que mejor que fuera con ella. Tampoco es que tuviera
mucho, pero lo que cargaba y los ahorros eran suficientes para darnos uno que
otro gusto. Me alegraba estar a su lado, no es que comprara su compañía,
disfrutábamos juntos, en verdad formamos algo y no era simplemente por lo
material.
—Bueno, bueno.
—El número que
usted marcó…
Recuerdo la vez
que salimos a reconocer la ciudad. Las avenidas eran nuevas, creíamos que todos
nos miraban y que se hacían a un lado para dejarnos pasar. Era como si de
pronto los museos estuvieran abiertos únicamente para nosotros, como si el
cielo nos ofreciera esos tonos y el calor se fuera un rato, todo nos favorecía.
Terminamos la jornada en un bar, a mí no me importaron las bebidas exóticas,
las sombrillas, los vasos raros y mucho menos pagar la cuenta, sólo quería
estar con ella. Ella se reía y me hacía caricias, sus ojos me atraparon y sus
besos eran un pedacito de cielo. No podía pedir más, me sentía completo y luego con el paso del
tiempo se materializaba en la mujer de uno de mis sueños.
Al amor hay que
darle de comer, porque es un ser vivo, es lo que crece entre dos personas. Lo
alimentamos con besos, caricias, nuestra ausencia y la espera, los abrazos tenían ya nuestra forma. El amor vivía con
nosotros, en nosotros y para nosotros, yo me sentía feliz y bastaba verla para
saber que ella también lo era.
—Disculpe, señor,
¿le puedo traer algo?
—Otro vaso con
agua, estoy esperando a alguien. ¿Sabe? Hoy le voy a pedir matrimonio, mire el anillo que le he comprado.
—Es muy bonito,
señor, en un momento le traigo su vaso con
agua.
—El número que
usted marcó…
No fue fácil tomar
ésta decisión, de novios todo es miel sobre hojuelas y por todos lados me dicen
que ya casados las cosas cambian. Yo no lo creo, es algo que quiero hacer,
envejecer con alguien, cuidar y enseñar a los pequeños, tener una familia.
Ahora mismo esto sonará a una cursilería si no es que a una estupidez, porque
la tendencia es no querer responsabilidades, huir al compromiso, ser
individualista, no hijos, ni “alguien que te diga qué hacer y menos que te pida cuentas”. Así
nos están educando, a no pensar en colectivo y a asesinar al amor, al menos al amor recíproco, al de iguales y de respeto. Por todos lados
nos dicen que el amor es opresión, que es un engaño, una farsa, que mejor no creer
en él, pero lo que ocurre es que estas dos ideas las toman como iguales y
terminan matando a ambos.
El amor en el que
yo creo no existe de por sí, hay que crearlo, es difícil, muchas veces es
complicado y dan ganas de tirar la toalla, pero al final vale la pena, hay que
pelear contra todo, el machismo, el feminismo mal entendido, la ideología
dominante, la estupidez y el miedo, para dejar al final el amor. Una vez que
comprendí esto la decisión estuvo tomada.
Hace apenas una
semana que le di las llaves de mi departamento, no es muy lujoso pero tiene lo necesario. Aquella vez
la llevé a cenar a un restaurante como este, después del postre y de un sin
número de dulces besos, la miré a los ojos y le di una pequeña bolsa de mano,
al abrirla encontró el juego de llaves y con esto mis sueños y mis esperanzas.
Le pregunté si también eran sus sueños y de ser así los
cumpliríamos juntos. Me dijo que ese era un momento importante en la relación,
que estaba feliz que sucediera y que por supuesto, iríamos cumpliendo
“nuestros” sueños. Esa noche y las siguientes nos comimos a besos, hasta el día
de hoy, cuando le pediré que me acepte como su esposo.
Hemos empatado los
sueños, tenemos las mismas libertades, a esto se le puede llamar felicidad. Y
entonces hice lo que todo hombre sensato puede hacer, saqué todos mis ahorros
para después de casarnos comprar una casa para los dos.
—El número que
usted marcó…
—…
— Después del tono
deje su mensaje.
—Hola amor, espero
que estés bien, te he llamado a tu celular y a la casa, te estoy esperando en
el restaurante, no tardes.
—Número fuera del
área de servicio.
—Disculpe, señor,
¿le puedo ofrecer algo más?
—No, nada más.
¿Cuánto debo por el agua?
—Nada, la casa
invita.
—Gracias.
Me preocupa que
algo le haya pasado, ella no es así. Siempre me deja un mensaje o me llama,
espero que esté bien. El teléfono sigue sin dar señal. Iré primero a la casa,
ahí debió dejar algún mensaje, no creo que supiera mis intenciones y le diera
miedo.
La casa no tiene
seguro, posiblemente está adentro. Al pasar el portal, quedé desconcertado, en
las esquinas se veían los años de pelusa acumulada, las paredes tenían la forma
de los muebles que antes ocuparon un lugar, en el cuarto únicamente el closet
que era imposible quitar, los cajones vacíos, todo parecía que se había
esfumado. Ante el desconcierto y en un momento de lucidez, entendí lo que
pasaba.
—Pinche Carla.
Y al final,
simplemente una hermosa blasfemia, “ni Dios puede ayudarme en lo que quiero”.
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