Solo mi abuela


Este cuento se publicó por primera vez en 2018 en el libro No los llames  (traducido al inglés y al italiano). En el 2019 se publica con la editorial peruana El Gato Descalzo en su Colección lo Imposible.

Este texto es de 2008 y habla de seres fantásticos y de una buela que tiene poderes.


Para Alvara Prado, gracias por ser mi abuela

 

Sólo mi abuela

 

Durante muchos años mi abuela se ha dedicado a curar personas. Pero no es doctora, ni siquiera estudió, ella dice que cura el alma. En su casa tiene muchas imágenes, hierbas y signos. Es una especie de curandera, algunos dicen que es una bruja, pero eso no es cierto.

Una vez llegó un señor al que supuestamente habían embrujado, le dieron a tomar una hierba que sólo nace en el desierto y lo tenían sin voluntad. Hacía todo lo que su mujer le pedía, aunque su propia vida se pusiera en riesgo, estaba completamente tonto. Fue el hermano quien lo trajo con mi abuela, pero casi a punta de pistola porque él se rehusaba. Cuando llegaron, yo escuché el alboroto y me escondí para poder espiar. Mi abuela al verlo le dijo: hijo, te tienen embrutecido, pero yo te voy a curar.

Lo puso en el centro del cuarto y le pasó unos huevos de gallina por todo el cuerpo, luego unas ramas de pirul y le escupió alcohol. Mientras hacía esto se escuchaban sus rezos. Cuando terminó, prendió el brasero, el carbón ardía y tronaba, le dio un vaso con un líquido negro y le dijo que se lo tomara de un solo golpe. Pasaron unos minutos y quiso vomitar, le acercó el brasero diciendo que lo hiciera ahí, lo que vi me dejó helado… el señor vomitó una araña viva. Al instante mi abuela la echó al fuego, esto es lo que te estaba haciendo daño. El señor salió aliviado, el sol volvió a brillar para él, le agradeció mucho a mi abuela.

Con el paso del tiempo vi cosas así de raras, llegó el momento en que se me hizo algo cotidiano. Yo iba aprendiendo porque ella me explicaba qué es lo que hacía y cómo lo hacía. Me dijo el nombre de las hierbas y el modo de usarlas, los rezos que había que decir y hasta los animales que había que matar, pero sólo me lo decía a mí, por eso le decían loca. Yo me daba cuenta que algunas veces el mal que curaba se le quedaba, por eso luego andaba de muy mal genio, se veía que no estaba bien. Hasta que se preparaba una mezcla de raíces, cortezas de árbol y con esto regresaba a la normalidad.

En una ocasión vino a verla una señora que decía que le estaban haciendo el mal, el dolor de cabeza era insoportable y de la nariz le salía muchísima sangre. Había ido a ver a muchos doctores, pero nadie la había podido curar. Le hizo lo que acostumbraba, pero esta vez no mató al animal, le dijo que era un trabajo muy bien hecho, tenía que tomarse una mezcla por catorce días y al último iba a defecar una víbora. Tenía que matarla al instante porque si no el mal no se le iba a curar. La mujer se fue con cara de no creer nada, pero de todas maneras hizo lo que mi abuela le dijo.

Pasaron unos días y la señora cagó una víbora, pero fue tal el horror que sintió, que tiró de la palanca y el reptil se fue por el inodoro. El mal cayó sobre mi abuela, ya no comía, se la pasaba enferma, no podía hacer casi nada. Yo le hablaba, intentaba ayudarla, pero no respondía, hasta que por fin me dijo qué hacer. Tuve que ir por una raíz “macho” y una “hembra”, las junté con mucho cuidado, las molí y le agregué más cosas. Como pude se la di a comer. Pasó una semana completa, se recuperó poco a poco, el último día fue al baño y terminó con aquel animal, regresó a la realidad.

Me explicó que hay gente muy poderosa que tiene aliados, que saben hacer el mal con el maíz morado y otros objetos, que saben hallar poder, que se convierten en animales, que son capaces de controlar su sueño como si estuvieran despiertos, que son guerreros.

Me enseñó todos los misterios, los buenos y los malos. Cuando los aprendí y todo lo que me decía tenía sentido, me confesó algo que nunca le había dicho a nadie, ella se podía convertir en un animal, en un guajolote. Yo le creí porque la había visto hacer cosas sorprendentes y porque me había hecho comprender que “la realidad” así como una persona común la ve es sólo una parte, es sólo una interpretación, pero ésta no es la única que existe.

Había veces que estábamos los dos solos en el cuarto en donde curaba a la gente y sin ningún motivo se caían las cosas o se escuchaban ruidos, risitas y pasos. Las cosas que tenían su lugar aparecían en otro, como si alguien estuviera empeñado en hacer enojar a mi abuela, un día se cansó de esta situación porque todo lo que estaba sobre una repisa se cayó y no había nadie, al menos yo no vi a nadie.

Mi abuela no se sorprendió. Me dijo con una voz muy tranquila: otra vez andan aquí estos cabrones. Pregunte ¿Quiénes? Dijo: a los que les gusta jugar. De una caja sacó unos polvos, unos chiles y otras cosas, prendió su brasero dentro del cuarto y echó las cosas a la lumbre. Dejó unos frascos en el piso como trampas, me dijo que saliéramos y cerró todo, con el humo los íbamos a capturar. Mientras esperábamos fuimos al cerro a cortar plantas y a sembrar las raíces que antes habíamos sacado, porque decía que teníamos que regresar a la tierra lo que ésta nos da.

Casi cinco horas después abrimos el cuarto. Mi abuela agarró rápido los frascos y los cerró muy bien, me mostró y dijo: aquí están los juguetones. Por supuesto yo no vi nada, para mí los frascos estaban vacíos, los echó en una bolsa y caminamos otra vez hacia el cerro. Después de mucho andar los sacó y los puso en el suelo, se dirigió a ellos: los voy a dejar libres, les perdono la vida, pero si los vuelvo a ver los voy a matar, así que váyanse. Abrió los frascos, se suponía que iba a salir algo o alguien, pero yo no los vi. Luego regresamos, en el trayecto había algunas luces columpiándose en las copas de los árboles. De una bolsa de su falda sacó unos polvos, me echó un poco y otros para ella, me dijo: hay que hacernos invisibles, no quiero que me vean esos animales. Yo no entendía muy bien qué quería decir, estaba tan oscuro que supongo que aún sin los polvos ya éramos invisibles.

Mi abuela sabe muchas cosas, es una persona de conocimiento, pero ya es muy vieja. Ha vencido a todos los enemigos naturales, pero el último le está ganando la batalla. Yo sólo soy un aprendiz, me ha enseñado mucho, pero dice que yo le he enseñado más cosas. No sé qué le puedo enseñar, si ni quisiera puedo dominarme, me gustaría saber más de mí, pero no sé cómo, no sé ni cómo soy, ni siquiera escucho mi voz, lo más raro es que mi abuela es la única persona en el mundo que me puede ver.


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