No los llames





No los llames es el cuento que le da nombre a mi segundo libro que se publicó en 2018 con la editorial La Neta. En 2020 se publica de manera digital con la editorial ecuatoriana Libros Duendes y para 2021 el libro se traduce a inglés e italiano.

La historia ocurre en la mítica cueva del Xicuco en Tula, Hidalgo. México. 



Para Adán, Hugo y Ramón,

por ese viaje al Xicuco

No los llames

¿En qué estaría pensando yo esa vez? Todavía no entendía por qué, cuál había sido la razón que me hizo ir con ellos aquella mañana. Había visto ese cerro infinidad de veces, me habían contado del diablo y su cueva, pero finalmente todos los cerros tienen una cueva y un diablo que habita en ella.

Caminamos mucho, no estábamos cansados y nos faltaba poco para llegar hasta la cima desde donde podríamos ver la ciudad. Justo ahí comenzaríamos a buscar la cueva, porque ninguno de nosotros sabía en dónde se encontraba, hasta suponíamos que era una invención de la gente del lugar. 

Todavía no sé exactamente cómo fue, si por instinto, curiosidad o tal vez porque nos convenía, pero encontramos el camino.

Lo primero que me impresionó fue la forma que tiene la entrada, es como la intimidad del cerro, lo segundo, la cantidad tan abundante de objetos de brujería que estaban tirados por todas partes. No los llames por favor, escuché en ese momento, pero nadie más lo oyó.

Avanzamos intentando no pisar o mover algo, sin leer los mensajes escritos en las paredes. Noté un olor raro, no pude decir con exactitud qué era. También sentimos la presión de algo que nos hacía respirar más hondo y agitado, volví a escuchar, no los llames.

Adentro y tal vez por pura sugestión, alguien dijo que se sentía mareado, otro que le dolía la cabeza, el tercero dijo que sintió un dolor que le subió por la pierna en el preciso momento en que se dio cuenta que estaba pisando lo que había sido una fogata y lo que parecían dulces derretidos. Yo no me sentía mal, ahora sí me sentía cansado, tal vez con sueño, trataba de no pensar en lo que había en la cueva, porque recordaba a mi abuelo que decía que a veces se nos pegan las cosas malas que hay en nuestro camino, debemos alejarlas, no pensarlas, ni nombrarlas.

Para ser sincero sólo entramos a la primera cámara de la cueva, no quisimos seguir porque había que trepar y estaba muy oscuro. Nuestro viaje había sido tan imprevisto que apenas llevábamos agua y algo de comer. A nadie se le ocurrió llevar una lámpara. Con el flash de la cámara intentamos alumbrar la siguiente sala, pero no logramos ver mucho.

Además, la gente con la que nos habíamos cruzado en el camino nos aconsejó que tuviéramos cuidado, que varios se habían perdido porque no les convenía, pero que a otros sí y hasta dinero habían encontrado, preferimos bajar con todo y las dolencias que teníamos.

Nos detuvimos a cortar algunas ramas de pirul para pasárnoslas por el cuerpo, como se acostumbra hacer para ahuyentar a los malos espíritus. Ellos se comenzaron a “limpiar” pero yo no lo hice porque escuché que pasaba un camión muy cerca, así que preferí irme corriendo tras el ruido. Era un camión de redilas que transportaba a una familia completa, les expliqué de dónde veníamos y les pedí que nos llevaran a donde ellos iban, porque si no, tendríamos que caminar mucho.

Cuando regresamos a casa ya era tarde, estaba agotado, así que me bañé y en poco tiempo el cansancio me derrumbó. Antes de quedarme dormido escuché en mi oído una voz cavernosa que me hablaba en otro idioma, pero que comprendí: fúndete en mí. La piel se me erizó porque al mismo tiempo escuché ruido bajo la cama.

A la mañana siguiente mi perro me desconoció, me fue muy complicado sacarlo a pasear, porque huía de mí. Tenía una sensación de extrañeza con el mundo. Sentía cansancio y nostalgia por el cerro. A veces sólo quería dormir, como cuando tienes depresión, sin embargo, yo nunca he sufrido por ello. La segunda noche después de entrar en la cueva, desperté gritando. 

Mis padres estuvieron mucho rato conmigo porque yo estaba privado, no me podía mover y otra vez la voz, ya estás aquí. Me sentía mal. Los perros me ladraban asustados, el gato del vecino se erizaba al verme y yo veía varias sombras que andaban rondándome.

Las voces y los ruidos bajo la cama seguían, yo estaba tan desesperado que me ponía a llorar porque me dolía la cabeza y seguía con esa sensación de no pertenecer a este mundo, de ser llevado poco a poco hacia algún lugar que no conocía. No comía, decían que estaba pálido, dejé de ver a los compañeros con los que fui al cerro, no era yo o al menos dejaba de serlo.

Nunca fui supersticioso, pero en la condición en la que me encontraba comencé a creer que algo se me había “pegado”, pero ¿qué? Era contradictorio, porque al contestarme tendría que suponer que hay seres, espíritus o cualquier cosa que anda por ahí haciendo el mal, que hay vida después de la muerte, que existe todo un mundo oculto que puede dañar a las personas. Eso me causaba confusión, pero yo seguía mal, cada vez escuchaba más las voces que me susurraban frases completas. En lugares con luz sentía miedo, tenía horror de mirar bajo la cama porque había ruido y lo más escalofriante, sentía que, desde aquella cueva, a varios kilómetros de mí, alguien decidía sobre mi vida.

Conforme los días pasaban las pesadillas continuaban. Veía sombras, nunca vi sus caras, me hablaban para que fuera con ellos. Luego los comencé a verlas estando despierto. Mi perro mordió mi mano porque se espantó de verme. No podía dormir bien, siempre estaba inquieto, las manos me sudaban y mi cuerpo temblaba.

Me llevaron al hospital porque cada día empeoraba, las pastillas no funcionaban. Era insoportable seguir así, varias veces intenté matarme o matar lo que estaba dentro de mí, que sería lo mismo, pero no tuve éxito. ¿Por qué? todos me preguntaban: cuando el mundo sea inhabitable ya entenderán porqué pienso en suicidarme. Me hacen sentir un loco cuando lo son ellos, por eso me llevaron al psicólogo, pero se aburrió de mí, las voces en otro idioma no lo convencieron, mi desesperación, mis ganas de parar este sufrimiento hicieron que se alejara, dio por terminada las sesiones y yo seguí entre las sombras, la angustia y las voces.

Como no mejoraba me llevaron con un señor que decían era curandero. Entrando a su casa, me sorprendió la cantidad de frascos, el olor, su ropa, su rostro. Hizo un círculo de fuego y ahí me comenzó a “curar”. Me dijo que traía cuatro males sobre mí, uno por cada rumbo, que se estaban apoderando de mí, para hacerme desaparecer. Pero justo en ese momento, su pantalón comenzó a quemarse, alguna flama lo había alcanzado, me dijo que era muy fuerte lo que traía, que se me estaba encarnando. Me pidió que regresara porque era un trabajo bien hecho y necesitaba expulsar ese mal, tenía que volver por lo menos cuatro veces.

Me sentí un poco mejor, pero en la noche esa voz otra vez: no hay salida, ya eres de nosotros, y entonces como si alguien me obligara, fui a la cocina, abrí el cajón de la alacena y tomé el primer cuchillo que encontré, hazlo no tengas miedo. Vi como el cuchillo se clavaba en mi piel, abría en surco mi carne, no sentía dolor, pero la sangre corría por todo mi brazo, luego fue la otra muñeca, yo no sentía nada.

El piso se había pintado de rojo, tú nos llamaste, aquí estamos, fúndete con nosotros. Cuando abrí los ojos estaba en una cama atado de pies y manos. Todo era blanco, pero no era un hospital, era un cuarto improvisado con sábanas, seguramente me declararían loco, suicida, un enfermo incurable. Una señora estaba a mi lado. Casualmente pasaba por la calle y desde ahí vio lo que ocurría adentro, junto con mis familiares me controló y me curó. Antes de irse me dijo, ve a que te pongan la sombra y lleva unas flores de tu jardín, me dio una dirección y se fue.

Tan mal me encontraba que al día siguiente me llevaron como pudieron al lugar que me habían indicado. Para nuestra sorpresa, la misma mujer abría la puerta, pero al saludar la oímos con una voz diferente. Me pidió que me sentara en una silla de madera, justo bajo un rayo de luz, el único que entraba en el pequeño cuarto, desde ahí se veía muy a lo lejos el cerro, el de la cueva. Se dirigió a mí con una voz que no era la del día anterior, ni tampoco la de esta mañana. Me dijo que había hablado con el cerro y le había dicho que yo no hice caso. Aquella voz era la de él, no los llames por favor, después puso varias plantas en mi camino para alejar el mal, pero tampoco lo hice y por eso me encontraba así, porque sí había cosas malas en ese lugar. Con otra voz, me dijo que el cerro de la cueva, el Xicuco, estaba dispuesto a ayudarme y que habían llamado al cerro del Elefante para tener más fuerza en la batalla.

No puedo describir con exactitud qué fue lo que pasó. Estaba en trance, todo era muy confuso, a mí alrededor pasaban las sombras, los ruidos iban y venían, aquellas voces no paraban, me gritaban groserías o suplicaban. Perdí la noción del tiempo, tampoco supe en qué momento me puse de pie y repetía lo que la señora me decía.

La última parte de la curación fueron las flores que llevaba de mi jardín. Las pasó por mi cuerpo, una y otra vez, al terminar me dijo despídelas en el río. Cuandosalí de aquel lugar todo era distinto, me sentí renovado, podía caminar solo y no  tenía ningún dolor. Fui hasta el río y en la corriente dejé las flores, al levantar la vista vi a los tres ancianos que me habían curado, desparecieron en un parpadeo, sólo quedaron los ceros. En mi mente escuché, ven, pero no los llames.

Tláhuac, Ciudad de México.

16/marzo/2016





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