El día que Pérez se hizo famoso
Un cuento de futbol. El día que Pérez se hizo famoso en un campo llanero.
Borges detestaba el futbol, pero Sacheri y Villoro reivindican el juego, este relato está inspirado en estos últimos.
El día que Pérez se hizo famoso
En esa época a mí no me dejaban jugar.
―Es que todavía estás muy chico ―me decían.
Eso me daba mucha rabia, porque yo quería jugar y uno aprende haciendo las cosas. Así que solo me quedaba sentado mirando cómo paseaban la pelota para un lado y para otro. Al lado de mí estaba un muchacho que siendo mayor que yo por un año tampoco lo dejaban jugar y no lo hacíamos entre nosotros porque con dos no es divertido, puros pases o cuando uno es portero y metes gol (o peor aun cuando fallas), al ir por el balón pasa mucho tiempo, por eso mejor nos quedábamos viendo.
Ellos pamboleaban en un terreno baldío, tampoco es que fueran profesionales y creo que la razón para no dejarnos jugar es que el campo era de tierra y las entradas eran fuertes, se barrían, se daban patadas y codazos sin disimular (pues nunca hubo arbitro). Se disputaban el balón como si fuera la Copa del Mundo, pasión de verdad, porque el trofeo era una coca de dos litros (antes no había de tres), que a veces no alcanzaba para todos.
La reta (porque eso era) se ponía buena cuando venía Pérez y jugaba con alguno de los equipos. Era al único que le pagaban, eso ya lo hacía profesional, jugaba en la tercera división en un equipo que no sé si era de insecto o de arácnido el nombre. Era defensa, lateral izquierdo, jugaba mejor que los de la cuadra, eso era claro, pero en su equipo no se notaba mucho, aun así, para nosotros era un héroe, porque era el único que lo había logrado.
Lo íbamos a ver jugar cuando le tocaba en el deportivo que estaba cerca de nuestro barrio. Ahí nos sentábamos en las gradas junto con otros amigos y familiares de los jugadores, realmente éramos pocos y del otro equipo, menos. Creo que no le íbamos a ninguno, solo íbamos a ver a nuestro amigo. Alguien dijo que en esos juegos había un tipo “viendo” para reclutar talentos y llevárselos a las ligas superiores. La verdad es que fantaseaba con que así fuera y se llevaran a Pérez, bueno, lo hacía porque estaba pequeño y en esa época no tenía envidias ni malicia.
Cuando se estaban jugando la clasificación a la liguilla es cuando se ponía bueno, porque solo pasaban ocho equipos y de ahí salía el campeón que subía a la otra división. Ese juego era el definitorio para el equipo de Pérez y fue también en donde se hizo famoso. En esa ocasión lo vi jugar como nunca antes, se barría, recuperaba balones y se tiró una media chilena evitando el gol del enemigo, sí, del enemigo, porque parecía que ya no era un juego, se había formado una verdadera rivalidad. Los que estábamos en la grada, les gritábamos como locos, para animarlos, éramos realmente unos hinchas, ahora sí teníamos equipo y era el de Pérez, nuestro amigo, carajo, el del barrio.
Al descanso de medio tiempo se fueron cero a cero. Pérez nos hizo un saludo a lo lejos y se fue a reunir con sus compañeros a los que se les veía preocupados y muy concentrados. Como yo era el más pequeño de la grada me mandaron a comprar un refresco y algo de botana. Cuando regresé el partido ya había empezado y lo peor, nuestro equipo iba perdiendo por un gol tempranero, no me dijeron más porque se estaban comiendo las uñas y mirando el partido.
Pérez seguía jugando de maravilla, si era cierto eso del tipo que estaba “viendo”, seguro que lo elegirían. Ya casi al final del segundo tiempo entre el 9 y el 10 hicieron una jugada de esas de pizarrón y lograron empatar el marcador. Agregaron solo tres minutos en donde se dieron varias patadas y codazos, como en el llanero, terminaron empatados.
―Ahora viene lo bueno, estoy seguro que después de esto se llevan a Pérez, está jugando como si no hubiera mañana ―dijo el más grande ahí en la grada.
―Está jugando a lo bestia ―contestó otro de los grandes.
―¡Es un chingón! ―dije porque estaba emocionado.
En el primer tiempo extra explotamos de emoción cuando anotamos un gol, sí, nosotros, ellos, nuestro equipo, carajo, estábamos arriba en el marcador. A partir de ese momento Pérez fue clave en la defensa, se convirtió en un líder, ese antes en donde casi no se notaba había quedado muy lejos, se veía que tenía ganas de triunfar.
En el último tiempo, un golazo. Tremendo cañonazo afuera del área grande, el zurdazo dio en el travesaño y picó adentro marcando gol. Nos habían empatado, unos minutos más y el árbitro silbó. El partido se iba a definir en penales.
Desde donde estábamos veíamos a los posibles tiradores, los primeros el 9 y el 10, claro, dos mediocampistas y Pérez, sí, nuestro amigo, estaba decidido a todo. Eso, carajo, le gritamos. Los vimos irse al medio campo y desde ahí solo avanzaban el tirador y el portero. Uno a uno en la primera ronda. Dos a uno en la segunda, teníamos ventaja. Era el turno de nuestro amigo. Le gritamos para animarlo. En el caminar se le veía que no tenía miedo, tomó el balón, lo puso en el manchón penal, miró al portero y dio tres pasos para atrás. Se escuchó el silbato y tomó carrera.
Con el paso del tiempo las cosas se recuerdan de otra manera o se les moldea, no sé. Pérez se fue a vivir a otro lado, nos dejó de hablar y nadie supo de él. El héroe, el sueño, se terminó con ese tiro penal. Entraron los camilleros porque no se podía parar, lo subieron a la ambulancia y se lo llevaron, nosotros íbamos con él, no supimos el resultado del partido, ya no nos importaba, ahora solo queríamos que él estuviera bien, nuestro amigo, el del barrio.
―Le pegó con huevos, ¿verdad? ―dijo el más grande.
―Sí, yo creo que, con todas sus fuerzas, hubiera sido un golazo ―le respondió el otro de los grandes.
―¿Quién va a arreglar el pasto? ―pregunté porque Pérez había abierto tremenda zanja.

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