Toronto es
Este es el texto con el que inicia el libro Irse y quemarlo todo.
Veintidós cuentos sobre migrantes en esa ciudad de Canadá, fue escrito entre 2022 y 2023 y la idea es mostrar las dificultades de un migrante, el no saber el idioma, el trabajo duro, la nostalgia, pero también el conocer a personas de muchas partes del mundo y hasta el ir cumpliendo el sueño.
Toronto es
Toronto es caminar con el calor de la primavera bajo los miles de arces que, plantados frente a las casas, cubren las calles de los suburbios con su sombra y que también los encuentras en las partes de bosque que están por toda la ciudad. Es entrar a una estación del subterráneo y disfrutar de música clásica en vivo, generalmente interpretada por asiáticos; ya dentro del vagón, es hacerse a un lado al escuchar un piiip, piiiiiip, emitido por la bocina de una bicicleta conducida por un tipo mugroso que de manera curiosa no termina de parecer indigente, aunque carga varias bolsas de algún supermercado, va vestido de negro y se comporta de manera errática. Resulta raro observarlo mientras se sienta y saca un pulpo de peluche color verde turquesa que no puede con tanta suciedad, aun así, le habla de manera tierna y le hace mimos, lo que desentona con su aspecto rudo, de barba larga y cabello descuidado.
Del otro lado del vagón, es ver a una pareja de la India que, platican sin decirse casi nada, lo hacen con miradas, con ese lenguaje de los enamorados, ella cubre su misterio con un velo, al tiempo que deja ver sus manos finas, su boca que parece esculpida por algún artista, los ojos negros y profundos como una noche sin luna, con la cara llena de acné y un arete del lado izquierdo de la nariz, mientras que su novio, de barba cuidada y lentes de pasta, la mira con devoción, como si solo existieran los dos. Frente a ellos, también sentados, una pareja de ancianos, él muy alto sosteniendo un carrito de compras y ella muy delgada con una bolsa sobre las piernas, van tomados de las manos, de esas manos con manchas y arrugas, llenas de amor y trabajo.
Es llegar a Kensington Market y comer tacos mexicanos en un parque desde donde se ve la Torre CN punto de referencia e identidad de esta ciudad. Ver a los niños que chapotean en las fuentes y la gente disfrutando del clima. Es caminar por las calles y oír a un grupo de ancianos tocando música con tanta energía como si fueran adolescentes y quedar asombrado con las mujeres de la banda que le ponen sazón a la melodía.
Es escuchar más idiomas que en Babel, ver rostros tan distintos entre sí y al mismo tiempo tan cercanos, son las culturas conviviendo, es hacerse a un lado para dejar pasar las sillas de ruedas eléctricas, porque de igual modo ellos también tienen un lugar y van a disfrutar de esta nueva temporada. Más adelante es escuchar a otro grupo y corear las canciones y gritar para animarlos. Es oler ese humito espeso que inunda todo el Downtown. No ver a un solo policía, porque se convive en paz, porque todos quieren disfrutar. Es ver a niños jugar, a gente leyendo bajo la sombra de los árboles. Es el primer domingo de la temporada, sin Covid, con calor y con flores por todos lados, con los vagabundos haciendo arte, con magos y espectáculos de circo.
Es recorrer el Chinatown y ver puestos callejeros como cualquier tianguis de Latinoamérica, cruzar las calles repletas de gente que va para todos lados, ver las paredes con murales que cuentan la historia de esta ciudad y de sus habitantes. Es encontrar en cualquier sitio obras y grúas, porque la urbe está creciendo como los hongos con la lluvia.
Es mirar y guardar en la memoria estos instantes que dentro de poco dejaran de existir, porque la ciudad será otra. Ver más grúas y definitivamente saber que dentro de poco la ciudad será otra.
Es encontrar arte por muchos rincones, pues también lo inunda todo. Es sentir el respeto, la aceptación y la fusión de esto que es tan otro, pero que contradictoriamente ya es uno. Es risas, es perros en el subterráneo, el caos controlado en una ciudad que se siente orgullosa (y cada domingo lo reafirma) de la herencia de todos los pueblos que la habitan, porque todos somos migrantes, la diferencia es el tiempo que llevamos aquí. Por eso es que me descubro escribiendo en una tierra que no es la mía, pero, vamos, que tampoco es suya.
Es encontrar iglesias muy diferentes, de muchas creencias, porque aquí apenas se distinguen los que en otros países se hacen la guerra. Es subir al tranvía y pensar en otra época, en donde las vías lo movían todo, pero también es ver a una muchacha usando unas calcetas del Principito. Es un lago tranquilo que te hace imaginar historias, leyendas propias de esta tierra colorida y mágica. Y al final, es descubrir estos pequeños pueblos de todo el mundo, metidos en una ciudad que le dio por crecer dentro de un bosque.




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